lunes, 13 de mayo de 2013

¿Quién es el culpable?

La catástrofe registrada recientemente en Bangladesh con el desplome de una edificio destinado a a la fabricación de prendas de ropa ha traído de nuevo a colación el debate sobre la moralidad con la que actúan determinadas marcas a la hora de contratar la producción de sus diseños en países del tercer mundo. Efectivamente, no es un tema nuevo y mucho me temo que episodios dolorosos como éste no van a dejar de producirse a no ser que el consumidor occidental, destinatario final de estos productos, tome conciencia de que tras una camisa, o un vestido podrían estar las manos de esclavos del siglo XXI que desempeñan sus labores en las peores condiciones de seguridad e higiene y con unas remuneraciones vergonzosas.



Resulta paradójico que empresas que muchas veces son exhibidas como modelos de gestión eficaz y eficiente, y que se han preocupado tradicionalmente por su reputación en sus mercados objetivo, sean cómplices de determinadas tropelías consistentes en reducir costes a costa de la vida y la salud de seres humanos en países pobres. Mucho me temo que esto no es "competir" tal y como debería entenderse desde una mínima ética empresarial.

Culpables de que esto ocurra en los tiempos que corren, son todos aquellos que forman parte de la cadena de valor: Los consumidores, los propietarios de las marcas, los fabricantes, los gobiernos de los países subdesarrollados. Todos comparten responsabilidades en este tema, pero la solución es muy simple. Si los países desarrollados han sido capaces de implementar sistemas de trazabilidad que permiten al consumidor identificar el proceso seguido por un producto de alimentación desde su elaboración hasta su llegada a la tienda en la que lo adquiere, vale la pena considerar la idea de hacer algo parecido con las manufacturas procedentes de países en los que la explotación de seres humanos es moneda corriente. Sería elevar a la condición de normal eso que se ha dado en llamar "comercio justo" promovido por diversas ONG's y las Naciones Unidas. El objetivo es  garantizar al consumidor que lo que adquiere es consecuencia de un trabajo seguro y adecuadamente remunerado.


Bangladesh, está considerada como la segunda productora textil del mundo y los salarios son de aproximadamente unos 30€ al mes, algo así como el precio de dos camisetas.


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